miércoles, octubre 20, 2004

Instantáneas

I

Siguió el camino de luz, los perfumes y los rezos. Vio a su hijo: su viva imagen. Se reflejó en sus ojos iluminados por las veladoras y sólo encontró un recuerdo borroso. El niño precipitado esparcía pétalos de flores sobre la tumba. Quería llegar temprano a casa para prender la televisión.


II

Dejó el tejido a un lado y se levantó al escuchar la segunda llamada para la misa de los Santos Difuntos. Cerró la ventana y entró en el cuarto de su madre enferma. Dormía. La despertó, le dio sus pastillas y le puso una almohada bajo la cabeza. Regresó a su tejido. Escuchó las campanas de la tercera llamada y soltó a llorar. Hoy, como todos los otros años, ella tampoco tenía muerto que celebrar.


III

Despertó con la voz de su padre: Ya pasó.

Eran las cinco de la madrugada y su cuerpo tembló al salir de las cobijas. Bajó las escaleras y la vio dormida. Se acercó mirando su pecho, ya no subía ni bajaba, también estaba dormido. Sus hermanos bajaron y se acercaron. Sin decir palabras los tres comenzaron a tocar su cuerpo aún tibio y con sus lágrimas ardiendo intentaron mantenerlo caliente. Salió el sol. Sus ojos se secaban y el cuerpo cada vez se enfriaba más.

Ella ya no estaría con sus hijos para Navidad.


IV

Se había comprado un disfraz de calavera en el centro comercial, unitalla. Al probárselo le quedó pequeño y arrancó a llorar. Esa era su noche; esperaba ganar el premio de disfraces. Lo pensó durante un largo rato y al final tuvo la solución. Fue a la cocina, tomó un cuchillo y se cortó la cabeza. Hasta que escurrió bastante sangre, se puso una capa y con la cabeza en la mano se fue a bailar. Nada le impediría que ésa fuera su noche.


V

No sabía hacer calaveritas y la maestra dijo claramente: Para mañana, quiero una calaverita de 10 renglones… ¡Mínimo!

Llegó a su casa, durante la comida no probó bocado intentando tomar una decisión. No pensaba reprobar por otra falta de tarea, valía la pena el sacrificio. Subió a su cuarto, abrió el closet y sacó al duendecito que guardaba en el rincón. Lo midió con una hoja de su cuaderno. ¡20 renglones! Le dio el beso de Judas y lo mató. No durmió, pero cuidadosamente le quitó la carne y quedaron solamente los huesitos. Mañana él tendría la mejor calificación del salón.


VI

Y cuando despertó, vio todo oscuro. Oyó un golpe seco encima de él. Gritó pero ya nadie lo oía.

Estaba dentro de un ataúd.


VII

Se sentía muy vieja. Había pasado los años trabajando y alimentando a sus hijos. Se quería ir a su pueblo, en la ciudad tanto ruido de carro y aviones no le dejan pegar un ojo. Llevaba un mes sin poder dormir. Al final su familia le hizo caso, juntó dinero y le pagó el pasaje. Ella llegó a su casa y abrió las rechinantes puertas. Sacudió el polvo de la cama y un viento frío, fresco, entró a la habitación. Estaba cansada, cogió un ramo de flores blancas y se fue a dormir.

Era feliz, después de tanto tiempo descansó en paz.

VIII

Se mudaban de casa. El niño se llevó una flor y regaba pétalos y pétalos con su manita que se asomaba por la ventanilla: esa noche su abuelita tendría que encontrarlos en el nuevo domicilio.

Atrás iba un barrendero, preguntándose quién tendría la paciencia de despedazar a una flor pétalo por pétalo.

IX

Quisiera matarte todas las noches que el insomnio me habita y cubre las paredes de mi cuarto con tus palabras. Quisiera verte dormir y con un toque mágico retirarte el aliento, pero no, no te lo mereces. El dolor que me causaste es tan grande que mereces esta vida para pagar todo lo malo que has hecho.

Te odio.

Esta noche tampoco puedo dejar de adorarte.

Sigo muriendo por ti.

X

Y los muertos se juntaron y bailaron hasta el amanecer. Los perros despertaron con tanto alboroto y se tallaron los ojos para ver si no seguían soñando. Nunca vieron tantos huesos, esperándolos y en movimiento.

Esa noche, los perros durmieron con la barriga llena y el corazón contento.


Alma Jiménez


domingo, octubre 03, 2004

No me busques

No me busques si no puedes
aguantarme la mirada
no

No me llames aunque esté pensando
todo el día en lo que no fue
no
no voy a estar ahí para escucharte
y hasta he de poner música a todo volumen
para volverme sorda y no embrujarme con tu voz

No me busques hasta que estés dispuesto
a sentarte frente a mí
sin alcohol
sin tus quejas de siempre
y contarme
con lágrimas vivas
todo lo que quieres
y lo que no quieres
en esta vida

Y lo sé

aunque quisiera equivocarme
sé que nunca
volverás
por mí

por eso

no me busques
porque tengo miedo de no saber
qué hacer
con estos sentimientos.